

-Demos una segunda vuelta, total entre tantos quién se va a dar cuenta. Y eso fue lo que hicimos, llenamos nuevamente la copa y fuimos por nuestra segunda vuelta olímpica. Ya con dos copas de Amarula encima éramos capaces de pelear contra una manada de leones, pero cuando fuimos por la tercera copa ya se habían avivado y nos sacaron como «chicharra del ala». La verdad es que fue mejor que no nos permitieran seguir con la recepción porque comenzaron a llegar los micros que llevarían a los hinchas argentinos que estaban alojados en el hotel rumbo al estadio. Había que salir con una prudente anticipación de unas cuantas horas. El hotel estaba lejos del Estadio Ellis Park, ubicado en el centro de Johannesburgo, donde se jugaría el partido contra Nigeria. A medida que cientos de hinchas iban saliendo del hotel rumbo a la cancha en sus respectivos micros, a nosotros empezó a asaltarnos una desesperación imposible de describir al comprobar que la hora del encuentro se acercaba y salvo nosotros, prácticamente ya nadie más quedaba en el lugar. En realidad, hacía más de una hora que estábamos fuera del hotel esperando nuestro transporte. Cuando estábamos al borde del colapso emocional, con una angustia imposible de describir, apareció el que sería el último micro. ¡Era el nuestro! Saltamos embanderados sobre él y ya arriba no podíamos con nuestra alegría, nos abrazábamos cantando emocionados. Nos bajamos del micro donde comenzaban los controles de seguridad, a una buena distancia del Ellis Park. De todas formas, todavía faltaban unas dos horas y media para el inicio del encuentro. Hombres y mujeres de piel negra, embanderados de verde se mezclaban con las y los argentinos. Eso también es lo hermoso de los mundiales. La gente se mezcla, se confraterniza, el evento se vive de otra manera, con alegría, se disfruta y se tiene en claro que la rivalidad es solo deportiva. Adelante, atrás y al lado nuestro se mezclan africanos y criollos. Desiderio departía con una decena de nigerianos que caminaban a nuestro lado. Les hablaba y los nigerianos eran pura carcajada. ¡Andá a saber qué les diría y qué habrían entendido ellos! Me pareció que, medio en broma, les tocaba el tujes al nombrarles a Messi y a Maradona, como quien muestra las cartas en el truco y le dice al rival «¿querés seguir jugando o preferís irte al mazo?, mirá las cartas que tengo». Pero los nigerianos lo tomaban bien, nos abrazaban y se reían, y ahí mismo Desiderio los hizo posar con él, pidiéndole a Oscar. -¡Óscar, Óscar! -acentuando la o-. ¡Fotou, fotou! -Pero Desiderio, ¡no seas boludo! ¿No te das cuenta que el que te va a sacar la foto es Oscar, para qué le deformás las palabras? -le dijo Abel ante las carcajadas de todos nosotros, aunque, justo es reconocerlo, desde aquel momento a Oscar todos comenzamos a llamarlo Óscar. Argentina ganó merecidamente ese partido y a los cinco días salimos rumbo al imponente Estadio Soccer City que se encuentra alejado de la ciudad de Johannesburgo, escenario del primer discurso multitudinario que pronunció Nelson Mandela tras veintisiete años de doloroso e injusto encarcelamiento. Al bajarnos del micro Desiderio se detuvo por unos segundos, observó extasiado el estadio, una maravilla arquitectónica, y exhalando gratitud exclamó: -Chango ¡esto no tiene precio! -Sí que lo tiene y es bastante caro, no te olvidés que cuando regresemos todavía tenemos que pagar ocho cuotas- le respondió el Tero ante la risa de los demás. ¡No me hablés de plata en este momento Tero! ¡Yo te hablo desde el corazón y vos me tirás con la billetera! -dijo con picardía Desiderio. Teníamos la incógnita de saber qué lugar nos tocaría dentro del estadio y al llegar comprobamos que la ubicación no podía haber sido mejor. Nuestros asientos se encontraban solo a pocos metros del «verde césped». Antes del ingreso oficial de los equipos al campo de juego teníamos a la pulga Messi haciendo movimientos precompetitivos exactamente debajo de nosotros. En un determinado momento Maradona se le acercó a darle unas indicaciones. -¡Diego, Diego! -le gritó Oscar, y el Diego se dio vuelta y nos levantó el pulgar. Dios nos levantó el pulgar, ¡qué más? Volvió a ganar Argentina, esta vez frente a Corea del Sur, e hizo lo propio en el tercer encuentro ante Grecia en el Estadio Peter Mokaba de la ciudad de Polokwane. Fin del periplo para nosotros. Nos volvimos henchidos de felicidad porque vimos a un seleccionado argentino con puntaje ideal en esa primera fase mundialista, y sobre todo los pudimos ver y disfrutar a Messi y a Maradona juntos. Luego vendría un triunfo más frente a México, el que ya vimos por televisión desde Argentina. Después sobrevendría la estrepitosa caída ante Alemania, pero el fútbol es así, son las reglas de juego. Soñábamos con reeditar el campeonato mundial del 86´, pero el Diego ya no estaba dentro del campo de juego. Es imposible describir la alegría, la felicidad, la pasión y las ilusiones que un mundial de fútbol despierta en la gente, inclusive entre aquellas y aquellos que no siguen habitualmente el fútbol en forma doméstica. Juega la selección en el mundial y el país se detiene. Somos cuarenta y cinco millones de hinchas e idéntica cantidad de directores técnicos. Queremos que un partido que vamos ganando holgadamente no termine nunca para disfrutarlo indefinidamente y sufrimos como madres cuando el triunfo es ajustado porque tememos que por un minuto de descuento de más nos emboquen un gol y chau mundial. Entonces atormentados le gritamos desesperadamente al soplapitos «¡la hora referí? la hora la puta madre!». Hice otros viajes buscando reencontrarme con la pasión, la adrenalina y la plenitud que supe hallar en aquellas tierras sudafricanas, pero no hubo caso. Ninguna agencia de turismo ha podido devolverme en otros viajes aquellos mágicos e irrepetibles momentos, esas vivencias compartidas a puro fútbol con mis hermanos y mis amigos, momentos que con nostalgia sigo esperando, mientras desempolvo la vieja camiseta celeste y blanca que todavía hoy me sigue acompañando mientras transito las empinadas, acaso misteriosas, calles del pasado. Héctor Ponce Secretario General Asociación de Trabajadores de la Industria Láctea de la República Argentina